Cuando uno visita el yacimiento de La Olmeda (Palencia) descubre en su mosaico la estupenda historia de Aquiles vestido de mujer, entre doncellas para evitar su destino en Troya, y la historia de cómo Ulyses, disfrazado de comerciante, lo reconoce tirando sobre él armas entre sus regalos. Qué bien lo pensaban los griegos y qué fácil sería así la vida. Conocer el Destino, aunque sea cruel, supone un movimiento vital hacia adelante, hacia lo determinado, hacia la meta. Los mundanos, al no conocerlo, andamos por la vida con el libre albedrío a cuestas, sin saber si es lo bueno o es lo malo, sin entender realmente el porqué de los sucesos; dejándonos guiar por nuestro querer y sentir. Y por otro lado, qué bueno sería tener en la vida un Ulyses que nos guiase, nos indicase si vamos o no por nuestro destino certero. A nosotros nos guía la conciencia y el libre albedrío, somos nuestro propio Ulyses y por ello vamos, para bien o mal, creando nuestro propio destino. Todo tiene su trampa y su aliciente, y en un punto, la virtud.
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